lunes, 2 de diciembre de 2013

Jodido amor.

Aunque mi voz no se atreva a salir mi corazón lo está gritando. Solo en el silencio de la habitación se puede percibir el sonido que producen los latidos, atronadores como el disparo de un arma, desbocados como un caballo que ha perdido el control. ¿Es eso? ¿Ya he perdido el control? Probablemente.  Todo sería peor si estuviera delante, si sus ojos estuvieran fijos en mí esperando que rompiera el insostenible silencio. Pero no está, lo único que me observa es mi propio reflejo en el espejo, y a pesar de estar completamente sola en la estancia mi voz se niega a hacerse oír. Es estúpido ¿verdad?  Aún más estúpidos me parecen los sentimientos que me devoran por dentro lentamente y  me confunden. Los nervios que se apoderan de mí cuando pienso en su voz diciendo la más sencilla de las palabras. Cualquiera vale. Solo escuchar el sonido de su voz es suficiente para que todo mi ser se desmorone presa de los inexplicables sentimientos que apresan mi mente en un instante obligándola a callar. ¿Habéis oído alguna vez eso del enfrentamiento continuo entre el corazón y la razón? Sí, eso de “Head vs. Heart” Cualquiera diría que es una batalla que nunca acaba, nunca hay un verdadero vencedor, sin embargo, cualquier persona enamorada sabe bien que el corazón calla todos los razonamientos de la mente que intenten hacerse oír.  No hay nada que hacer, una vez que has caído en sus garras has perdido la batalla. Y lo sabes, lo notas, se palpa en el ambiente, es algo que te acompaña a donde quiera que vayas e incluso se burla de ti. “Pobre necia, ha caído.” Y así es, has caído, has caído en el más profundo de los abismos  del corazón. A partir de ese momento todo, absolutamente todo se volverá un caos. Es como si entrara un huracán desenfrenado en el cuarto que tan bonito tenías decorado y lo destruye todo a su paso, lo cambia todo de sitio y tú te quedas en el centro con cara de gilipollas. ¿Y qué se supone que debes hacer ahora? Llorar. Llorar como nunca lo has hecho mientras tu jodida mente te grita enfurecida” ¡Imbécil!”. Me acerco lentamente a la ventana para contemplar el cielo nocturno que sumerge el exterior en la oscuridad. Comprendí que me había enamorado cuando empecé a rogarle a una estrella cada noche para que él sintiera lo mismo que yo. 

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