Y lloras, lloras de rabia, de frustración, de tristeza…
Porque después de que esa persona llegara a tu vida y se
fuera ya no ves nada igual.
Le confiaste una de las cosas que más querías, ya sea un
objeto físico, una idea, un pensamiento, una sonrisa… y se fue con él. Ya no es
tuyo, te lo han arrebatado porque no puedes verlo con todo el cariño que le
tenías antes, porque ahora te recuerda a él. Y no solo eso, todo lo que gira a
tu alrededor está lleno de recuerdos y
hacen que las lágrimas sigan cayendo por tus mejillas ya húmedas, y entonces
lloras aún más sabiendo que ese llanto no va a traerlo de vuelta, no le importa
una mierda, él ya lo ha superado todo, no piensa en ti, no se acuerda de tu
existencia mientras tú te acuestas todas las noches rogándole a las estrellas
que os vuelvan a unir. Unas simples palabras que oyes a alguien cuando vas
andando por la calle te recuerda a un momento pasado en el que fuiste feliz con
él, una imagen, una situación, un sonido, las cosas más mínimas están colocadas
ahí, en tu día a día, para que te tropieces con ellas y sigas haciéndote daño.
Está en tu mano cambiarlo todo de nuevo, volver al orden y dejar atrás el caos
en el que se convierte tu vida después de que esa persona especial se haya marchado
de la más cruel de las formas. Pero cuesta, cuesta más de lo que cualquier
persona pueda saber nunca, los umbrales de dolor en estos casos son tan
extremos que te pierdes en ti misma y no encuentras el camino de vuelta a la
realidad. Solo sabes pensar en el pasado y en el presente, en el puto y
doloroso presente.