domingo, 10 de noviembre de 2013

Pain.

Y lloras, lloras de rabia, de frustración, de tristeza…
Porque después de que esa persona llegara a tu vida y se fuera ya no ves nada igual.

Le confiaste una de las cosas que más querías, ya sea un objeto físico, una idea, un pensamiento, una sonrisa… y se fue con él. Ya no es tuyo, te lo han arrebatado porque no puedes verlo con todo el cariño que le tenías antes, porque ahora te recuerda a él. Y no solo eso, todo lo que gira a tu alrededor  está lleno de recuerdos y hacen que las lágrimas sigan cayendo por tus mejillas ya húmedas, y entonces lloras aún más sabiendo que ese llanto no va a traerlo de vuelta, no le importa una mierda, él ya lo ha superado todo, no piensa en ti, no se acuerda de tu existencia mientras tú te acuestas todas las noches rogándole a las estrellas que os vuelvan a unir. Unas simples palabras que oyes a alguien cuando vas andando por la calle te recuerda a un momento pasado en el que fuiste feliz con él, una imagen, una situación, un sonido, las cosas más mínimas están colocadas ahí, en tu día a día, para que te tropieces con ellas y sigas haciéndote daño. Está en tu mano cambiarlo todo de nuevo, volver al orden y dejar atrás el caos en el que se convierte tu vida después de que esa persona especial se haya marchado de la más cruel de las formas. Pero cuesta, cuesta más de lo que cualquier persona pueda saber nunca, los umbrales de dolor en estos casos son tan extremos que te pierdes en ti misma y no encuentras el camino de vuelta a la realidad. Solo sabes pensar en el pasado y en el presente, en el puto y doloroso presente.

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