Cerró los ojos y respiro lentamente. Intentó con todas sus
fuerzas poner la mente en blanco aunque fuera un segundo. Su mente no le
brindaba ni un instante de tranquilidad. Una sucesión de imágenes, de palabras,
de momentos dolorosos se repetían constantemente.
Siempre los mismos.
Acarició el suave terciopelo de las sábanas que vestían su
cama, sintió el peso de su cabeza sobre la almohada, escuchó con claridad el
rozar de las hojas al caer de los árboles mecidas por el viento invernal que
soplaba tras la ventana. Se concentró en ese sonido, y sin poder controlar sus
pensamientos se preguntó qué sensación produciría ser arrastrada por el viento
como una hoja más ¿a qué lugar iría a parar? ¿Sufriría allí también? Se imaginó un lugar tranquilo, apacible,
donde nadie podía hacerle daño, donde la maldad no existía. Sus labios se
curvaron en una disimulada sonrisa que no acababa de aflorar.
Abrió los ojos de golpe y no se encontró lo que
esperaba. Solo había vacío.
Giró la cabeza con cautela para contemplar rincones de su
cuarto donde antes se escondían historias. Los recuerdos se esparcían sin
control por las paredes pintadas de un suave color pistacho, por la alfombra
que se extendía sobre el suelo, el cuarto adquiría otra tonalidad al
revivirlos. El recuerdo de sus risas colmando el ambiente, de los susurros que
siempre habían despertado un cosquilleo en su estómago, de esos abrazos
inesperados que la volvían loca…seguían todos ahí. No se puede destruir los
recuerdos, debes vivir con ellos hasta
que aprendas a controlar ese dolor, a
hacerlo tuyo y transformarlo en algo mejor, en ese tipo de recuerdos que te
saca una sonrisa a pesar de estar llorando.
El vacío con el tiempo deja de estar tan vacío como
aparenta.
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